Al alba, cuando la oscuridad se empieza a desvanecer por la incipiente claridad y el calor del sol gana intensidad, la silueta de la rosa salvaje se desdibuja a contraluz. El rocío que moja sus pétalos se evapora al calor de los rayos solares y crea a su alrededor un aura que se mueve caprichosa por el soplo de la brisa matutina. La curiosidad propia de mi oficio, me empuja a acercarme y oler a esta reina justo cuando se despierta y su olor es único. Mi instinto me guía hasta el instante en el que el corazón de la reina queda al descubierto para entrar, entre rocío y penumbra, a robarle su razón de ser.